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el momento, el perfume del
tiempo, y expiramos la eternidad. ¿O es al revés? Inspiración, expiración, vida
y muerte, millones de minutos de millones de horas, de millones de siglos, y un
solo día, una sola inspiración, y sólo un aliento sin tiempo. Un vacío. ¿Dónde
está mi inspiración? Mi inspiración, solo es un grito silencioso: ¡Señores, la
inspiración ha muerto! A fuerza de succionarla ustedes con sus aspiradores
industriales. Se la han tragado como combustible las máquinas de impresión, los
motores de los ministerios, las cafeteras de los museos, los relojes de las
óperas. La hemos matado, agotado, abrasado. Yo ahora la asesino, impasible, con
estas palabras que aúllo, en egoísta desahogo, al oído mismo del poema. ¡La
inspiración ha muerto! ¿¡Larga vida a la inspiración…?! ¿No ven que ya no hay
aire?
Se ruega, pues, que empiecen ustedes a expirar…
a llenar el aire con su propio aire, sin codicia, sin miedo a perderlo, a dejar salir lo que quisieron, o lo que no quisieron respirar, vivir, soñar. No, no tengan miedo, insisto, no se ciñan ese cinturón tan feo, tan práctico, a sus cinturas búdicas. Expiren, dejen salir todo eso que les avergüenza, que no comprenden, que nadie quiere saber, que les hace sentir tan vulnerables frente al espejo, tan pequeños frente a un gusano o una piedra. Déjenlo salir, finalmente. No teman. No estarán contaminando. Quizás eso que ustedes tanto desprecian sea alimento para un hambriento. El vientre de la Belleza lo digerirá, inspirará quizás a otro ser… Espiremos, expiremos hasta el final, como si nunca más hubiéramos de respirar. Somos aire ya, ¿o era polvo…? Sí, también a mí el polvo me confunde, me hace dudar de la mirada, como si los ojos ya se los hubieran comido los gusanos. Yo también debo dejar ir los restos nostálgicos de mi inspiración, esos tan tolerantes, autocomplacientes, tan apegados a los pulmones. Volver a inspirar, una muerte, un nuevo día, una nueva razón para lo que no se puede explicar.
Y si la bendición nos visita, una nueva palabra...
Se ruega, pues, que empiecen ustedes a expirar…
a llenar el aire con su propio aire, sin codicia, sin miedo a perderlo, a dejar salir lo que quisieron, o lo que no quisieron respirar, vivir, soñar. No, no tengan miedo, insisto, no se ciñan ese cinturón tan feo, tan práctico, a sus cinturas búdicas. Expiren, dejen salir todo eso que les avergüenza, que no comprenden, que nadie quiere saber, que les hace sentir tan vulnerables frente al espejo, tan pequeños frente a un gusano o una piedra. Déjenlo salir, finalmente. No teman. No estarán contaminando. Quizás eso que ustedes tanto desprecian sea alimento para un hambriento. El vientre de la Belleza lo digerirá, inspirará quizás a otro ser… Espiremos, expiremos hasta el final, como si nunca más hubiéramos de respirar. Somos aire ya, ¿o era polvo…? Sí, también a mí el polvo me confunde, me hace dudar de la mirada, como si los ojos ya se los hubieran comido los gusanos. Yo también debo dejar ir los restos nostálgicos de mi inspiración, esos tan tolerantes, autocomplacientes, tan apegados a los pulmones. Volver a inspirar, una muerte, un nuevo día, una nueva razón para lo que no se puede explicar.
Y si la bendición nos visita, una nueva palabra...