martes, 12 de julio de 2016

DORMIngo

(Finales de Agosto. ¿O era a principios de Septiembre...?)


Graffiti en la Lonja, Moratalaz.


Este sol, ya sin fuerza,
como un tul templado sobre las cosas,
esperando que la noche lo recoja.

En apacible agonía la tarde 
viste los ladrillos 
con trajes de escama dorada.
Llegó desnuda de siesta,
y se despide como un sastre.

Es el crepúsculo de la semana que es el verano.

Aire preñado de pereza dulce,
de sobremesa extendida demasiado tiempo.
De bostezo que quisiera tragarse el sol 
para que no se esconda
y de risa,
algo pálida de distancia, sí,
pero risa al fin y al cabo.
Risa infantil.
Se van a encender las farolas del lunes.

Me pregunto 
si es tu ausencia la pincelada triste 
o el punto de luz,
o de fuga,
en esta pintura de domingo.
Y en vez de narcotizar la musa de mi vientre,
dejo que este breve terremoto,
el de la escritura,
(o de algo que se le parece),
azote la mesa de terraza de café de barrio
en que me sostengo para no caer.
Latigazo de mesa siempre coja,
pasatiempo y pasatintas,
lápiz, o pluma que sueñan
sobre el cuaderno,
barato-comprado-en-un-chino,
de mis ambiciones.
Rompiendo la blancura 
en este ritual primitivo,
engendrado por otros,
que paren mis dedos.

Qué pensarán las personas apacibles,
levemente dormidas,
que pasean a lo ancho y me pasan de largo.
Acaso les parezco una posesa,
y llaman al exorcismo del disimulo.
O no me ven, ni yo a ellos,
y sólo nos soñamos.

Los pesados pies de las sombrillas,
silenciosos tótems sin corona,
parecen máscaras en pétrea sorpresa
por esta sombra,
que ya es fresca como la plata.
Barra de incienso es el instante.
Deja en el aire primero de la noche
un tenue aroma a tele y cena.

El tintineo de la cuchara
que busca el final del café,
aun pausado,
suena ya a despertador,
a alarma.
Presagia ya el desayuno 
de una nueva semana.

Pero no para mí,
que he quemado el incienso
de todos los domingos del tiempo.