miércoles, 6 de julio de 2016

Maná

Luna creciente de Shawwal

(Algo toca a su fin para volver)

 

 Mausoleo Mohammed V, Rabat.
 Una vez escribí en un billete, creo que de cinco euros: “La libertad es un juego de pistas que nos propone Dios.” He aquí la calderilla que me salió al cambio.

La espiritualidad no saldrá de sus crisis, o de su sueño, hasta que no trascendamos la religión misma. Como concepto, como idea. Trascender una tradición no es destruirla con el olvido, sino darle su justo valor, asimilarla, y llevarla más allá, despojada del  deseo y la necesidad. Espíritu de la tradición antes que tradición sin espíritu.

Tras el primer pecado del culto ingenuo, instintivo, apenas consciente, fruto del desasosiego, nació nuestro espíritu del viento, el hechizo de la Luna, y el temor devoto al Sol, al poder letal de la fiera, a la nobleza mortal del mar y la montaña. Y después, misteriosa, casi mágicamente, se nombró la metafísica. Como sacada de la chistera de un ángel. 


 Metafísica abstraída del espíritu natural, primeros pasos de una deidad parida por la Naturaleza, aún por descubrirse la anestesia de la razón. Metafísica, antes que nombrada, derramada desde los cielos como inspiración poética, a veces profética, como goteo de maná por los cuatro vientos de la Tierra. Como plumas cardinales. Tal vez siguiendo un mapa trazado en las estrellas, que aún no hemos sabido descifrar, demasiado embrujados en mirar a través de ellas, en la curiosidad que produce la absoluta negrura.

Maná, sí. Maná poderoso y bello, amoroso y terrible a un tiempo. Inspirador de temor y placer extático, a partes no iguales-  bien y pronto se dio cuenta el lobo para el hombre. Maná digerido de tan diferentes formas como variados son los estómagos que llamamos culturas.

Y después de la digestión, el silencio. El silencio ruidoso de la cadena de montaje y de las revoluciones sin cambios. Tal vez hemos asfixiado el aire mismo, llenándolo de ondas televisivas, de gases no permitidos. Ya no sopla el Viento, o es más allá del efecto invernadero. Ya no se nombra al Espíritu, ni se le deja hablar, o simplemente, no se le escucha. Y quien lo llama, desesperado, con el cuerpo dolorido, lo hace desde la razón…


Maná. Acaso se nos han regalado, en salpicadura, los ecos de un rompecabezas. El mapa de un camino, uno al menos de todos los posibles, a la Verdad. ¿O es ese límite de la mente huérfana quien cincela las piezas, quien las despedaza…? ¿En eso ha de acabar la Humanidad? ¿Un simple, sensible error de visión…? ¿Acaso tú no lo has sentido alguna vez, esa misma y única inspiración, el sentir que somos una sola nota, de un solo compás, en una sola frecuencia de infinitas, de una única y perfecta sinfonía…?