sábado, 20 de agosto de 2016

Madrid, del ocaso al alba

(Pintura orquestada)






La sinfonía vespertina de la ciudad nunca callada
tiene por instrumentos 
caballos de humo 
y conversaciones veladas.
El tintineo de una llave inquieta,
el tacón que corre a una cita esperada,
el rozar del plástico sobre la acera, 
el cierre metálico de la jornada.

El contrapunto blanco del viento,
el compás de la mirada.

Pasear por el Madrid del ocaso 
es recorrer un caos inerte,
un bosque de piedras cantoras, 
un mapa de tiempos silentes.

Bajo la vidriera sagrada y parda 
de éste cielo de Velázquez,
el ruidoso cuadro se reinventa 
con prisa, sin pausa
paso a paso,
claxon a claxon,
pincelada a pincelada,
como un canon enigmático y decreciente 
que improvisaran mil almas.

Éste lienzo ahumado de avenidas anchas
que separan al norte del sur,
al director de la orquesta,
al transeúnte y la diosa.
Donde los retratos de los reyes
cuelgan de farolas mudas en el marco del aire,
bronceados de neón naranja.

(Cadenza)

Yo, más viajera que habitante,
vago errante y borracha de aceras
por los lomos de las cebras,
buscando ese rincón, 
aún desdibujado,
donde el centro esconde la quietud de la tarde.

II

En la noche primeriza 
la luna, como una viuda 
se tapa la cara 
en el velo gris y negro 
de las nubes sin agua.

El niño empuja una pelota de lata
y abre una grieta en el silencio de la plaza,
que preside un camarero de cartón piedra.

La plata de las cornisas 
sostiene un cielo ausente
mientras abajo, en la luz, 
los viejos dejan que los jóvenes 
les arranquen de las terrazas.
Y la vida, compás a compás, 
sigue matando ayeres 
con el stacatto del cambio, 
con recuerdos azules 
como espadas.

III

(Tocata y fuga)

Qué esfumato travieso improvisa la luna
tras los riscos del mercado del Ángel.
Qué inesperadas se desmayan 
las hojas muertas de los árboles
- alfombra intermitente de los mil tonos de gris 
que son los mil caminos de las ciudades.
Cómo madura la noche siempre iluminada.

Pronto llegará otra aurora
con altura de meseta y perfume crujiente.
Pronto se romperá este hechizo
de felino silencio ausente.

Hasta entonces, mil farmacias,
con sus cruces brillantes
parpadean,
como corazones dormidos
metrónomos,
la dichosa angustia de nuestras horas.