"La única patria de un hombre es su infancia"
Reiner María Rilke
¿Yo?
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Trenzar mi historia,
letra a letra,
tan sólo por deshacer la trenza.
Deshilachado
el tiempo pasado se vuelve esperanza,
nocturna cabellera nueva
aún salpicada de las canosas
agujas de Penélope.
agujas de Penélope.
Ítaca,
hogar del niño que fuimos,
juguete en la marea de la memoria,
isla flotante a la deriva de un destino
tan fijo como el mar sobre la tierra,
que hace y deshace tapices nocturnos
como ensoñaciones el alma.
Señor boticario
(disculpe, que es usted ahora
farmacéutico, argonauta y licenciado),
véndame sin receta
la anestesia definitiva.
Deme usted paliativa dulzura
para esta homérica razón,
para este timón de asceta.
Bórreme la esperanza del mapa,
déjeme la veleta muerta.
Desinfecte éste ansia
de nadar contra una corriente
tan quieta como una piedra,
como el motor de una cadena.
Extírpeme el recuerdo,
luminoso y tierno,
de mi Ítaca.
Que quiero dejarme comer
por las sirenas que aúllan,
varadas en coches patrulla
y en ambulancias blancas,
aquí, tan lejos del mar.
Que quiero quedarme quieta,
anclada en medio del mundo,
como en el ojo de un cíclope.
Que me duelen ya demasiado
el tiempo y su epopeya,
la telemaquia y los espejos.
Que me están encorvando la memoria
los recuerdos y su peso.
Que grita siempre,
en el corazón,
el niño que sueña.
Pero espere.
Amanece.
No me venda nada,
pasó la tormenta.
Ya callaron los dioses,
los pretendientes
y las hechiceras,
ya se durmieron los aedos.
Ya se esfumó el Oeste
por la rendija de los vientos.
Ya me recuerda la Aurora,
enhebrada en aguja de tinta
por rosados dedos,
que no me fui nunca,
que jamás dejé el puerto.
Que soy yo quien espera
como figura bordada
a que regrese la infancia,
que zarpó en un juego.
Trenza, escribe,
aguja, pluma, vida.
Trenza.
Antes que vuelvan
la noche
la noche
y la duda
con su tentación marinera.