Convento de las Descalzas Reales, Madrid |
El tiempo se descalza
a las puertas del convento.
Qué importa que el tiempo sea
tiempo
si siempre lo es de otra
manera.
Si el destello de lo infinito
relampaguea en su mañana,
relampaguea en su mañana,
como el saludo secreto
en el espejo prohibido de una monja
desde la ventana de su celda.
Nunca.
Nunca me he sentado a esta
mesa,
frente a los muros de este
convento,
escuchando el son de esta
flauta.
Siempre.
Siglos de recuerdos me trae
ese lamento que persigue una moneda.
ese lamento que persigue una moneda.
El mismo mendigo
con distintos rostros,
con distintos rostros,
espera piedad siempre
a los pies de la misma
iglesia.
También nos queda el café,
y algo del viejo empedrado.
Pero al contarse,
todo se ciñe un hábito
nuevo
e insospechado.
En el encerrarse,
rompe su clausura.
nuevo
e insospechado.
En el encerrarse,
rompe su clausura.
Aquí todo comienza.
Con el mirar las cosas que temen ser miradas.